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Esperando las notas.

Las manos de ella dan vueltas y vueltas mientras charla con sus compañeros. Cuando la conversación decae enciende un cigarrillo y da paseos cortos a lo largo del pasillo. El Instituto donde se encuentra ha sido su casa durante las dos últimas semanas, por lo que cada puerta, cada rincón se han convertido en algo cotidiano. Es un antiguo edificio situado en un barrio periférico de Madrid, el portalón de entrada es de madera maciza algo carcomida por los contrastes de calor, humedad y frio. Una amplia escalinata conduce a las distintas aulas. Al fondo un enorme patio que rodea todo el edificio. Al subir por la vieja escalera de madera se tiene la sensación de que esta cobra vida al pisarla.

Ha pasado el último examen hace una semana, han sido unas oposiciones duras, en las que ella ha hecho todo lo que pudo y aún más. Quiere cambiar de trabajo, sustituir el ordenador y las labores de oficina por los alumnos de un Instituto.

Se acerca al bedel y le pregunta: -¿Sabe si salen hoy las notas?

-Si, tardaran muy poco, en cuanto me las den las coloco en el tablón de anuncios.

Se retira, enciende un nuevo cigarrillo y se sienta en uno de los bancos, quiere aparentar una tranquilidad que no tiene. Cierra los ojos y comienza a respirar ordenada y pausadamente, orienta su mente hacia una minúscula luz verde que aparece en el interior de sus ojos cerrados. Sin saber como la luz desaparece y las secuencias de este último año se suceden una tras otra.

Escenas dolorosas con su marido que vive dominado por los celos y que son fruto de su inseguridad y complejos. Celos que siempre tuvo desde que están juntos pero que ahora se han intensificado por los fantasmas que solo existen en el pensamiento de él. Esta seguro que ella le es infiel en su lugar de trabajo.

Escenas en las que ella decide abandonarlo todo para conseguir algo de paz familiar y prepararse unas oposiciones de las que esta esperando el veredicto final.

Dos años intensos de esfuerzo en los que con una distribución horaria espartana y una férrea disciplina logro conseguir cuatro o cinco horas diarias de estudio en días laborables y de ocho a diez los fines de semana. Continuar con su trabajo y por la tarde desplazarse hasta el colegio de su hijo a la hora de salida de clase y así poder hablar con él para conocer sus alegrías e inquietudes y también sus progresos, llegar a casa y empezar las tareas que esta requería y cuando por fin todo se encontraba más o menos en orden, poder sentarse en su mesa de trabajo y robarle al sueño las horas que necesitaba de preparación para un examen que cada vez estaba más cerca. En definitiva estudiar, trabajar, estudiar, correr, fumar, si, fumar, porque aunque ha procurado no pasar de diez cigarrillos diarios, el cigarro es el único vínculo físico que le hace sentirse viva.

Una cariñosa sacudida de una de sus compañeras le hace abrir los ojos que ahora están húmedos. Terminan de colocar las listas, le dice, yo no puedo mirar, vamos juntas. Se miran, inspiran, expiran, se toman fuertemente de las manos y se dirigen hacia allí. A mitad de camino nota que alguien le está rozando el hombro, se da media vuelta y se encuentra con él. “No te molestes en mirar no estás en la lista de aprobados con plaza, tenemos mala suerte”.

Ella llora lentamente por su fracaso y por ese gesto entre la ironía y el desprecio que ve en su cara y que le hace sentir tanto miedo.

Ella todavía no lo sabe pero al año siguiente se volvió a presentar a las mismas oposiciones y consiguió plaza, como tampoco sabe que cinco años más tarde conseguiría reunir las fuerzas necesarias para divorciarse.

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