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SAMARITANOS.

PRÓLOGO.

Esta historia se escribió a comienzos de la década de los 70 del siglo pasado cuando Madrid era simplemente un pueblo grande.

El teléfono fijo, el telegrama y las cartas eran los medios de comunicación mas inmediatos.

La vida era más lenta y por tanto todo era más duradero que en nuestro presente.

En esa década comenzaron a aparecer en nuestras ciudades las primeras boutiques y el interés por el mundo de la moda.

Madrid no recibía emigrantes de otros países. Los emigrantes que acudían a nuestra ciudad llegaban del campo, de pueblos sumidos en la desesperanza por la falta de recursos, otros españoles dirigían sus pasos a países como Suiza o Alemania.

Si surgía un accidente en la calle había que llamar a un hospital para que enviase una ambulancia ya que no existía el Samur que se fundo en 1991, tampoco el número de emergencias 112

A la policía municipal se la conocía coloquialmente como «guardias» y los que se dedicaban a controlar el tráfico, que ya parecía intenso entonces, como «guardias de la porra».

A través de este relato nos adentraremos en un Madrid muy distinto al Madrid del siglo XXI.

«SAMARITANOS»

«Un hombre ha caído en la calle, esta exhausto , parece que anduvo un largo camino. Viajo desde su pueblo a este sitio tan extraño, tan distinto del suyo, tan frio, tan poco humano. No ha tenido suerte no encontró trabajo, nadie quiso contar con el y ahora, con el estomago vacío y la cabeza envuelta en un mar nebuloso y gris, al doblar una calle no pudo resistir más y cayo de bruces sobre la acera, y al caer, y solo por efecto del golpe comenzó a sangrar su boca.

Un empleado de banca después de dar infinitas vueltas con su coche intentando aparcar lo consiguió al fin y al bajarse del vehículo cerró la puerta con energía. Tenia una importante cita y no podía llegar tarde de ningún modo; comenzó a caminar muy rápido por la acera y tropezó. Creyó que un perro se había metido entre sus piernas y malhumorado levanto el pie para apartarlo pero lo que su pie toco fue al hombre tendido en la acera.

¡Vaya!, pensó, que contrariedad con la prisa que tengo, esto solo me pasa a mi, ¿que le pasara?. Seguro que anoche bebió mas de la cuenta y ahora esta durmiendo la borrachera. No me puedo parar ya pasara alguien con menos prisa que le atienda. ¡que tiempo tan precioso he perdido!.

El hombre caído no se dio cuenta de nada y en su delirio solo pudo murmurar palabras ininteligibles.

Una joven señora y su hija de 15 años al girar la cabeza para ver si encontraban una boutique en esa calle vieron los ojos entreabiertos del hombre, su cabeza ladeada y la boca murmurante.

-Mama mira eso, este señor se ha caído. ¿Qué hacemos?. Yo ni idea. ¡Ay mami! esto es brutalmente «fatt» para «fardar» delante de la panda.

-No se hija, es una fatalidad, pobrecillo, seguro que ha bebido algunas copas de mas y ahora está pagando las consecuencias.

Creo que tendríamos que buscar un guardia y que el se ocupase de llamar a una clínica, al fin y al cabo ellos están para eso «para cuidar el orden público», y a mi me parece que esto es una alteración del orden, ¿no?. Anda niña, ve a buscarlo, apresúrate.

Mientras madre e hija hablaban, se fue formando un pequeño grupo para contemplar el espectáculo; las opiniones eran dispares, pero predominaba la idea de que todo lo que tenia eran vapores de vino.

Alguien dijo: -¿Por que no le damos algo?. Tendríamos que levantarle, ¿por que no le limpiamos la sangre?, se le esta coagulando. ¡Que asco! pobrecillo.

La señora, con una amplia sonrisa dijo que ella y su niña le vieron primero y que Anita había ido a buscar un guardia para que se ocupase del problema. La gente, al escuchar la palabra guardia, se sintió aliviada de un gran peso.

Al fin, llego Anita con el tan deseado guardia; este, se quedo unos momentos quieto observando al hombre caído y pensando que era otro más de los que últimamente se encontraba con demasiada frecuencia.

Se acerco a el, le levanto con cuidado para sentarle en un banco próximo y al levantar la cara dijo que era urgente que alguien llamase a una clínica para que enviasen una ambulancia pero el grupo de curiosos ya se había dispersado, solo quedaba una anciana a la que nadie quiso escuchar cuando decía que lo que tenían que hacer era atenderle rápido entre todos.

-Señor guardía, si quiere vd. yo llamo.

-Claro que quiero señora y por favor, diga que no tarden, acabo el servicio dentro de un momento y quiero estar pronto en casa para comer, Hay arroz y a mi el arroz me gusta en su punto.

Al fin llego la ambulancia, se lo llevaron, lo reanimaron, comió y esa noche durmió en una cama limpia. Pasados dos días, ya repuesto y con un billete que un enfermero le entregó, salió de la clínica. No recordaba nada, no pensaba en nadie, solo sentía su soledad, un inmenso vacío y un mal sabor de boca.

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