Convivimos sin ser muy conscientes de ello con el niño que fuimos . Existió un momento en nuestra infancia en que fuimos alegres, creativos, dueños de nuestra ilusión y fantasía pero también padecimos miedos angustias y desconciertos. Miedos, que pudieron entenderse mejor por una explicación adecuada del adulto con el refuerzo siempre mágico de un abrazo y unas palabras de aliento. Un niño pregunta, pregunta mucho y necesita respuestas, respuestas que siempre irán unidas a ese cariño que con su pregunta nos está pidiendo. El tiene que sentir que estás y estarás siempre a su lado.
Sucesos como el acoso o los abusos en la niñez causan heridas profundas en la infancia que van a determinar una vida de adulto muy difícil. Hay niños valientes que cuentan a sus padres lo que les ocurre y si no hay respuesta de ellos, o simplemente no le creen, el desconcierto, el vacío y la culpa dominara la vida de ese niño. Se llenara de sombras que determinaran a lo largo de su vida muchas de sus conductas. Si pasó por experiencias tan duras pero siente que los padres le comprenden, le explican y le acompañan será mas suave el camino de la sanación, pero si se encuentra solo se ira convirtiendo en un ser temeroso, inseguro e irascible porque el miedo dominara su vida. Se enfadará, se aislara, puede llegar a ser duro, primero con él pero también con los demás. Un niño que con el correr del tiempo se ira escondiendo cada vez mas en lugares de su cuerpo para que el dolor sea menos visible, para que el dolor duela menos.
Ese niño sigue existiendo en nosotros y debemos acercarnos a el para curar sus heridas y alentarle en sus temores. Hay que intentar comprenderle, besarle, abrazarle, protegerle, apoyarle, darle amor. Tratarle como nos hubiese gustado que nos trataran en la niñez y decirle que a partir de ahora estará a salvo y que lo cuidaremos y aceptaremos como se merece.