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Otoño

Se fue el sol, la luz y el calor del verano comienzan poco a poco a decir adiós. El cielo dibuja nubes plomizas que sollozan su canción de despedida. Una gota cae y otra le sigue. Las calles acharoladas brillan con sabor de tristeza. Un transeúnte camina paraguas bajo el brazo, recibiendo la ráfaga de lluvia que acentúa el brillo de sus ojos.

La frescura del agua en su piel le hace revivir los amaneceres en aquel pueblecito costero bañado por un mar puro y transparente; recuerda como con las primeras luces se dibujaban figuras extrañas y fantasmagóricas muy cerca de la línea del horizonte. Figuras, que enredadas entre las olas se acercaban a los acantilados, besando el musgo y hundiéndose en la espuma rizosa para despertar a la mañana siguiente.

Recuerda sus paseos sin rumbo a la caída de la tarde cuando el sol comenzaba a acercarse a la tierra y a ocultarse lentamente entre los árboles. Al fin desaparecía tras una nube algodonosa y se sumergía junto a ella en la profundidad del mar, y tras un instante unos puntos de luz indefinida formaban juegos de caprichosas luces.

El caminante evoca todo aquello con nostalgia al sentir la caricia de la lluvia y al contemplar el metal de la calzada.

Poco a poco, la lluvia va cesando. Tiene el asfalto un tono grisáceo. Unas gotas minúsculas se desprenden de los árboles que rodean la Avenida. 

La vida regala serenidad y paz…

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